Una aventura estúpida.
Es tremendo lo que la estupidez humana
puede realizar sin emplear para ello fundamento lógico que lo justifique. No es
nuevo, o novedoso, como se quiera expresar, ¡Lo sé!
Es inconcebible encontrarse en medio de una
situación de auténtico esperpento sin encontrar una causa que lo explique, muy
al contrario, nos despista enormemente, las decisiones estúpidas son un
auténtico despropósito.
Decía Carlo M. Cipolla en su libro(1), “las
leyes fundamentales de la estupidez”, que las personas toman decisiones y
obran con un objetivo, que, mediante su ejecución se puede obtener un beneficio
personal o/y social, que otras personas o comunidades reciben esa ganancia como
resultado de esas acciones intencionadas. Actuar de forma honesta e inteligente
conlleva consecuencias positivas para otras personas y para nosotros mismos
como generadores, a veces esas consecuencias no son del todo materiales, es la
sensación de logro, que, si además le acompaña el reconocimiento ajeno, el
nivel de satisfacción aumenta de forma considerable.
La estupidez tiene la característica de que
no sabe, no puede o no quiere reconocer esas acciones en los demás, les cuesta…
Además, está la cerrazón de creerse en poder de una magna sabiduría, porque un
día leyeron un libro, o algo así, su “inteligencia” (perdón por el término
aplicado a la estupidez) no da para mucho, está encarcelada dentro de las
cuatro paredes que son cuatro reglas con las que se manejan y de ahí no se
mueven. A veces es pensable creer que carecen de principios, esos que la mayor
parte de la gente porta en el devenir de sus actos con su comportamiento, pues
el estúpido obra por impulso sin pensar, y mucho menos razonar, sobre el efecto
que sus actos puede generar. Las consecuencias de esos hechos pueden ser
determinantes para del futuro de otras personas, pero no lo ven, no son capaces
de ver más allá de sus propias narices.
Se preguntará el lector ¿A que viene tanta
palabrería? Pues la respuesta está en línea con lo anteriormente descrito, paso
a narrar lo que sucede en una casa de vecinos, mal llamada comunidad de
vecinos.
Hace unos meses se planteaba por el
presidente de dicha comunidad la necesidad de instalar un elevador, ascensor,
puesto que el edificio carece de dicho servicio, dado que costa de cuatro
plantas y los vecinos de los pisos superiores vienen reclamando desde hace
bastante tiempo. La cuestión se plantea en junta, pero algunos propietarios
muestran su desacuerdo puesto que a ellos no lo creen necesario. No obstante,
una mayoría significativa si piensa que puede ser un beneficio y apoyan la
idea, aportando también información y propuestas creativas. Llegado un momento todo
va con viento a favor y nos las prometemos muy felices. Pero como siempre
sucede en la vida, la felicidad es un estado transitorio que se acaba con traumatismo.
Un día presentamos la solicitud a la
comunidad del conjunto de la urbanización con el fin de que se permitiese la
ocupación de unos cinco metros cuadrados adjuntos a la pared del edificio para
instalar en ellos la base del ascensor. Se sometió a votación de los propietarios
con resultado favorable, muy favorable, solo se opuso uno de cada cinco, el
computo global fue mayor de las dos terceras partes de los asistentes. Por otra
parte, en fechas anteriores hicimos una propuesta vinculante al ayuntamiento a
fin de ver si era viable el proyecto. Nos respondieron en positivo, nuestro
proyecto era viable y hasta aquí llegó nuestra felicidad.
Pasadas unas fechas un informe de la
administración comunica que dos propietarios, de los que votaron en negativo,
presentarían una impugnación a la votación en base a que, según ellos, no se
puede aplicar esa cesión si no es por una decisión unánime. En otras palabras,
han utilizado formulismo de procedimiento para boicotear el proyecto y con ello
su ejecución, manifestando que ellos no quieren un ascensor, bloqueando la
posibilidad de mejora para otros propietarios que, si lo desean y en algún caso,
lo necesitan.
Desde el punto de vista humano es
deplorable la actitud de estos individuos, siempre se han destacado por planteamientos
un tanto peregrinos en las asambleas de las comunidades, pero llegar a plantear
un bloqueo de esas características es francamente deleznable.
Siempre se les ha considerado un tanto
peculiares, algo raritos y muy especialmente poco sociables, no se relacionan
demasiado con el resto de la comunidad, eso sí, entre ellos se llevan bien, se
ve que la insensatez crea lazos.
He aquí la situación: Por un lado; una
comunidad preocupada por mejorar su situación, y por otra; tres de sus miembros
empeñados en que no crezca por un capricho personal. Esta gente no aprende que
hay cosas en la vida que precisan de mejora por muy bien que estemos. Esta
claro que lo hacen por impotencia personal, no saben, no pueden y no quieren.
Que no quieren, esta más claro que un día de primavera. Que no pueden, claro
seguro que necesitan la exigua economía para otros menesteres propios, algo
aceptable si no le estás quitando el pan a los demás porque ellos no lo tienen.
Y no saben; claro que no saben porque no piensan en las consecuencias de sus
actos, ni tienen conciencia del daño que pueden causar cuando toman esas
decisiones. No saben que la instalación de un ascensor revaloriza la propiedad
en casi un 20% de su valor actual. No saben que la gente mas mayor de la
comunidad vive casi toda en los pisos altos, que su longevidad les incomoda
subir tres o cuatro pisos por unas escaleras, no les molesta subir un tramo o
dos, pero si es muy cansado hacer tres o cuatro. Además, algunos tienen problemas
de salud que les dificultan esa ascensión, un elevador disminuiría esas dificultades.
No saben que mantener un buen ambiente en la comunidad, con sus vecinos
ayudaría a comprender mejor las razones que impulsan a la mejora de las
instalaciones. No saben que con el tiempo ellos estarán en la situación que la
edad pone a los humanos. ¡Ya aprenderán! Me dice un amigo, lo dudo, esa gente
no aprende nunca, avanzan por un camino seguro, el de sus convencimientos,
cortos convencimientos, que si están asistidos por la iluminación del
conocimiento les confiere un estatus superior de estupidez máxima ante la que
es inútil rebatirla, su convencimiento llega a tal grado solo comparable a un
fanatismo rayando con la temeridad más absoluta.
Decía un sabio “No hay peor tonto que
aquel que es ilustrado, su conocimiento le hace ser doblemente estúpido” Eso
debe ser lo que ocurre con estos personajes, uno ilustrado en leyes y el otro
en cultura. Tiene el leguleyo un aire de altivez que casi tienes la impresión
de que mira por encima del hombro, un tanto alejado como poniendo distancia. Es
ese aire que da el hecho de creer que se sabe de todo. El otro es muy leído, de
oficio humilde, la lectura le ha debido comer los sesos, como al Quijote, y a
veces para dar la impresión de tener la razón alza la voz queriendo imponer su
criterio por encima de los demás. Negado para las relaciones sociales se aísla
en su balcón con frecuencia embutido en sus lecturas.
(1) Allegro
ma non troppo. Carlo M. Cipolla.
Ed. Grijalbo.1998